Hace una semana impartí un taller junto al despacho de Abogados Celextina. El único chico que venía como asistente, al finalizar el mismo se me acercó y me preguntó en catalán: ¿Cuál es la diferencia entre estar enamorado y amar?”
Empezamos un debate de 5 minutos que bien podía durar unas cuantas horas. Aunque este chico hace años ha empezado un camino de autoconocimiento y asiste a cursos como los míos, no tenía clara la diferencia. Y le dije que escribiría sobre ello en el blog. ¡Y aquí estoy! Su pregunta me ha rondado la cabeza estas últimas semanas, ha pululado cual Vedette en un salón de baile.
La diferencia está clara para mí. El enamoramiento es una reacción bioquímica, un estado de atontamiento y de obsesión “sana” por el otro. Tu mundo gira entorno a esa persona, sólo piensas en esa persona, la idealizas y lo demás te importa un pepino. La ilusión por compartir tiempo casi en exclusiva y la poca atención por lo demás, hace el resto.
Ahora bien, enamorarse no es amar. No todas las atracciones físicas significan enamoramiento, pero tampoco todos los enamoramientos significan amor. Y eso me costó Dios y ayuda entenderlo en mis tiempos revueltos. Quizás eran revueltos por no entender esa pequeñita diferencia.
Amar tampoco es querer. El mismo chico, me dijo justo la misma frase que creo yo del “querer”: querer es cuando quieres algo de la otra persona; sacarle algo, vamos. Y no hablo de dinero, hablo de porvenir, tiempo, proyectos, llenar un vacío, planes, hacerme olvidar, superar lo que se supera con el tiempo o bien, salir de tu pueblo lleno de cabras.
Cuando se quiere es de fuera a dentro, cuando se ama es de dentro a fuera. No es un ejercicio de pilates, es alma pura. Cuando amas (casi nadie sabemos amar, como dice la canción”) das por el placer de dar, no esperando. Cuando amas, amas a la persona por su esencia y no por “las prestaciones” cual nuevo coche de gama alta.
Enamorarse es un estado placentero (si es correspondido, si no, es más chungo que beber veneno) pero es un estado. Amar es una actitud más un sentimiento. Recuerdo un antiguo amigo que me dijo que él quería a toda la gente por igual, fuera familia, amigos o la vecina del quinto que pasaba en ese momento. Y recuerdo que me enfadé. ¿Cómo podía ser que este ser humano, el cual no era Jesucristo, quisiera a todo el mundo por igual?
El querer tiene grados. Es una frase que siempre digo. Cada persona en mi vida está en una escala, algunos se amontonan en el mismo escalón como el día de rebajas y otros tienen su escalón cual podio y ahí pasan el ratillo solos. Yo quiero y mucho, a veces más de lo que me gustaría, pero en distintas intensidades. Si quisiéramos a todas las personas de nuestro entorno por igual, o moriríamos de un colapso o no sabríamos lo que es el cariño de verdad.
Por tanto, enamorarse es la fase previa. No necesariamente se pasa por el enamoramiento para querer (si no, no habría amigos) ni hace falta querer para estar enamorados (adiós al romance de verano y las lloreras en la cama por el guaperas del grupo con el cual no me une nada).
El enamoramiento está vacío de entrega. Parece contradictorio. Enamorado das para que te den, es como una droga. Es ese estado que dicen que dura de 6 meses a dos años (“casualmente” como un duelo); ahí estás para que se cumplan tus expectativas, pues el otro no es real, el otro es una invención de tus ilusiones, carencias y pasiones desatadas.
Por alguna extraña razón, ya desde muy joven, mis enamoramientos como tal duraban menos que una perrilla en la puerta de una escuela. No hacía falta mucho periplo para ver el percal rápido, para tirar la venda de los ojos al suelo. En seguida veía cosillas rarunas que me hacían dejar de percibir al otro como un sueño, el ideal, media naranja, futuro padre de mis hijos (a Dios gracias), persona decente a la que presentar en sociedad, o simplemente, aquél digno de un poema (por la indignidad escribí un libro).
Mi suerte fue que en seguida veía tras el velo pintado. A pesar de ello, creo ser una persona intensa; las cosas me duelen de una forma muy honda, a la vez soy feliz y entusiasta por cosas que, a veces, los demás no valoran ni atisban a recordar. Soy apasionada con todo pero, a veces, dudo de si me enamoré en ese tiempo alguna vez, si lo valoro en términos de definiciones de libro. Querer una vez, enamorarme, es un misterio.
El amor es algo que no tiene que ver con ilusiones, ni con impulsos sexuales, ni con caprichos. El querer tiene que ver con proyectos en común, con amistad, con lazos, conexión emocional, pero normalmente esperando cual Penélope.
Amar significa ser y dejar ser, que te importe su dolor, dar libertad antes que insistir en retener, aceptar al otro (esté en el escalón que esté) con sus defectos y virtudes y, aún así, creer que, como persona, te aporta.
Por tanto, amar no tiene que ver, exclusivamente, con la pareja pero sí, sería bueno dejar paso al Amor como invitado estelar, una vez el enamoramiento se aposenta.
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