Recuerdo años atrás que cuando decían que reír con tu pareja era necesario pensaba que era una tontería. No creía importante el reírte con tu novio y lo asociaba más a tener un payaso o serlo tú que al amor mismo.
Ahora me doy cuenta de que es algo muy importante, no sé si fundamental pero sí importante. El reírte hace que te lo pases bien con él o ella, que seáis amigos. Y aquí sí puedo decir que es necesario para tener una pareja sana que quien comparte tu vida sea tu amigo.

Que tu pareja sea tu mejor amigo implica complicidad; no es solamente atracción, no es alguien que formalmente está en tu vida y tiene un compromiso contigo, es una persona que siempre está, es la persona con la que compartes lo bueno y lo malo, con quien no te aburres y puedes hablar durante horas sin que te sea un tostón. Está muy bien que la conversación sea sumamente interesante pero está mejor sí, además de estar en tu onda, resulta que es amena, divertida y tiene sus puntazos.
La amistad convierte el deseo en amor y explicaré por qué. Empiezas a salir con una persona que, al principio, parece perfecta para ti, te intenta conquistar y, en el mejor de los casos, pretende dar lo mejor de sí mismo para agradar (a veces hacen lo posible por no agradar, lo acepto), para que te enamores, para que estés bien junto a él o ella. Es quien pretende darte ilusiones, pasión y romanticismo. Pero eso y nada más, es tan frágil como una bomba. Tal y como viene, se puede marchar.
En cambio, si una vez pasas esa fase y comienzas a conocer la parte menos ideal del otro, sus luces y sus sombras, sus defectos, su pasado, sus temas inconclusos, su forma de amar y de relacionarse, sus paradigmas, su esencia, una vez consigues ahondar en ello, te queda la persona tal cual es, “sin cristales en la piel”, como digo en una de las poesías de mi libro, La ventana de mis ojos.
Cuando pasas ese umbral de lo moñas y puedes ver al otro como es sin gafas rosas de lo que parece ser que es y lo que te gustaría que fuera, ahí nace el sentimiento del amor.
Mi pareja sabe cómo soy y no pretendo que vea en mí lo que no es. Le he explicado todo lo que hubo antes de él, las cosas que viví con otras personas, tanto lo bueno como lo malo y me paso horas hablando con él donde la ironía siempre está presente.
Nos reímos mucho juntos y eso hace que exista una complicidad más allá de ser formalmente una pareja. Dice que soy un poco Lisa Simpson, cuando quiere decir redicha y “analítica” cuando quiere decir que soy pesada. Lo bueno es que me río y afirmo que tiene algo de razón. Es verdad que hay algo de eso y no me importa ocultarlo y hacer un gag. Tener tus propios chascarrillos y frases de pareja es algo que vale la pena cultivar.
Si estás con una persona con la que no te ríes nada, hay algo de alerta roja ahí. Recuerdo una vez una persona importante para mí que me dijo: “Nunca ríes conmigo”. Y yo le respondí: “Tampoco me das motivos para hacerlo”. Era algo mutuo, encorsetado, lleno de miedos y siempre analizando los movimientos, las carencias y lo que el otro le debía. Pues de ese palo, bien pocas risas te vas a echar.
Cuando dejas de reírte con una persona o, lo que prima es el malestar al humor, tenemos un problema y entonces es cuando hay que valorar.
Echarse unas risas no es algo tan banal como parece, la risa segrega unas endorfinas que son las hormonas de la felicidad que cambian tu sistema afectando positivamente al estrés y, además creas una relación fácil, fluida y donde estás feliz de estar allí.
La complicidad es el negocio del siglo, sea en el ámbito que sea, pero en tu relación afectiva todavía es más necesario. Las conversaciones profundas son interesantes, aunque pueden ser incómodas en algún momento, pero el humor siempre os hará sentir bien y contrarrestará.
No estás buscando una persona que constantemente te divierta si no, un compañero con el que compartir también esos momentos que perpetúan el bienestar en la relación, alguien con quien ser libre al expresar quien eres.
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