Todo el mundo sabe que el duelo duele. Valga la redundancia, la pérdida de un ser querido es devastadora. Para superar esa pérdida, ese vacío hay que pasar por un proceso cual periplo en el desierto: andas descalzo, pasas calor, ves un oasis pero era irreal, te mareas, pierdes el conocimiento, intentas buscar ayuda…
Un duelo es cosa seria. Para pasarlo hacen falta arrestos, agallas de verdad. No es para nenazas. Una pérdida de una pareja o de alguien íntimo es dejar una vacante en el alma, es perderte a ti mismo en lo que eras junto a esa persona, el papel que tenías se viene abajo, las expectativas quedan en realidades dolorosas y es inevitable tener ganas de dejar tu vida al margen por un tiempo.
Sabemos todos que hay unas fases del duelo: la negación, la ira, la pena y la aceptación. Unos le llaman entrar en bucle, otros desenganche, otros desajuste.

Perder a una persona que quieres puede ser cuando te dejan y también cuando dejas. He conocido más personas que han dejado con un dolor en el alma, que personas dejadas con esa misma pena. Me explico, cuando te dejan hay un punto de vanidad, de ego, de despecho que no te permite asumir el duelo durante un tiempo.
Cuando dejas tú y aún sientes por esa persona, la pena entra en escena mucho antes. Es una invitada estelar que aparece cuando te quitas la venda y dejas caer la losa.
Si no te has atrevido a dejar o a cortar y simplemente has huido o te has distanciado de la persona querida (de forma abrupta o progresiva), estamos en las mismas. Un duelo es un duelo. Es perder lo que nunca ha sido tuyo y así lo creías.
Cuando sientes la vida partida en dos, cuando sientes que algo se está muriendo en el alma y en tu vida, cuando notas que la mano que te sujetaba está soltándote o tú crees que has de soltarla, el duelo ya está empezando.
Con cada desengaño, chasco, desinterés, desplante, mentira el duelo está programándose cual publicación de Facebook en una fecha señalada.
Luego diremos que es por culpa de lo que dijo ese día, de su actitud, de la rutina, de la familia, de los amigos, o de Rita la cantaora. Cierto es que un duelo no se gesta por combustión espontánea. Y como tal, es un proceso que, una vez emerge, tenemos que darle rienda suelta.
Nadie te contará verdad sobre este asunto, pues nadie quiere ver lo que entraña una experiencia así. La pérdida no es sólo que te falta un ser humano que había sido importante en tiempo y forma para ti. La ausencia es también un tiempo para aprender de lo que esa persona te venía a enseñar.
Cuando una persona querida supone para ti un conflicto interno o una pérdida simplemente, es porque esa persona era espejo y sombra.
No vale la pena tapar el espejo con una manta como la novela del Retrato de Dorian Grey. En ella, el prota tapa con una sábana en una habitación cerrada un retrato suyo que va afeándose a medida que él va cometiendo delitos y pecados.
Queremos pasar el duelo como sea, marcamos una fecha límite, como si el amor entendiera de eso. Ponemos más parches que una madre al pantalón roto de su hijo o bien, lo tiramos y a otra cosa mariposa.
Un duelo requiere mimo, requiere tiempo, precisa de tiempo por vivir para vivirlo en plenitud. Un duelo es una afrenta a ti mismo, una apuesta a sobrellevar esa ausencia, un combate entre razón y corazón, una muerte y una vida que nace.
Lo que tampoco te cuentan es que cuando pierdes a alguien es porque alguien o algo nuevo están destinados a aparecer en su lugar. El vacío fértil es el espacio en blanco que abre mil posibilidades. Para que algo nuevo emerja, tiene que morir lo viejo.
No quiere decir que esa pérdida, necesariamente, sea para siempre. Lo que está claro es que si no está en tu vida ahora, es que no lo necesitas en realidad. Cuando requieras de nuevo aprendizaje o hayas cubierto el que te está enseñando, es cuando la sensación de pérdida desaparecerá y podrá traer lo dejado atrás en una forma mejor.
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