Es necesario vivir en plenitud las pérdidas personales para poder sanar. Aunque es mucho más fácil hacer ver que se pasa página y te ahorra vivir en el fango de tu sufrimiento, creo que es sano poder vivenciar una pérdida amorosa o personal sin castrar las emociones.
Aunque el coaching típico se enfoca en mirar hacia adelante y casi no permite margen de maniobra para sentir porque se enfoca en un objetivo concreto, mi trabajo como profesional y mi proceso como persona que ha sufrido dista mucho de ese tipo de gestión “emocional”, si se le puede llamar gestión.
De hecho, el querer conseguir una cosa a toda costa sin ahondar en tus emociones es tan limitado como hablar de la playa sin citar al mar.
Considero que, aunque sea muy duro, es bueno no mentirse y no mentir a los demás. Enfrentar los sentimientos de dolor, angustia, sufrimiento, rechazo u abandono son la base para aceptarlos y transitarlos para trascenderlos.

La mayoría de veces está socialmente admitido el decir que pasas página, que te da igual y que ya no te importa y, por insano que sea, parece que eso causa más furor que decir la verdad: me cuesta, aún me duele, me sabe mal, aún me afecta y punto pelota, amigos.
Queda más molón ir de divo o diva, de ser casi un semidiós que ni siente ni padece y, aunque de cara a la galería parece idílico, el cuerpo lo sabe, como diría Julito.
Las emociones no expresadas salen del alma para posarse en tu cuerpo y recordarte que eso no está sanado, que hay que seguirlo trabajando a nivel psicológico y emocional.
Es como la Z de El Zorro, sí, aquel héroe enmascarado mexicano que vestía de negro e iba a caballo salvando damiselas. Cuando daba su merecido a algún ladrón o criminal debaja su marca de “he estado allí y he ganado” y dejaba una Z con su espada. Pues lo mismo pasa con las circunstancias o personas que cuesta de superar, nos dejan una Z escondida en el alma y de golpe nos sale esa Z en el cuerpo cuando menos lo esperamos.
Lo bueno es saber que eso es inevitable por más parches que usemos y parezcamos un pirata. Si lo vivimos, si lo experimentamos sin restringirle al alma su sentir, solo así, el alma misma podrá sanar.
¿Y qué es sanar? Es recordar sin dolor, sin culpar y sin culparte. Es poder agradecer lo bueno y no querer entrar en lo malo otra vez. Pero lo que no es es hacer ver que no ha pasado nada.
Que necesitas hablar hasta la madrugada de tu tema estrella, que necesitas ir a un profesional, que necesitas llorar el asunto, escribirlo en tu diario de Bridget o, simplemente darle vueltas porque tu coco necesita un por qué para seguir tirando… pues genial.
Quien te dice solo lo que quieres oír te sirve para volcarlo todo, como drenaje limfático del tormento pero quien te dice la verdad, te sirve para aprender y trabajarte tu parte de responsabilidad. Posiblemente es más cómodo decir cosas simplonas que verdades, arriesgas menos pero… ayudas menos. Aunque también requiere de adiestramiento el saber aconsejar desde la asertividad.
Sobre todo es esencial que le expliques tu causa a una persona que haya pasado por lo mismo que tú y lo haya superado. Alguien que sea espejo y sombra y que te pueda ser útil su palabra, más allá de que solo te sirva para llenar tu ego o soltar todo lo que llevas dentro, que también es necesario. Pero una vez sacado todo, ¿qué haces con eso?
El arte de saber superar una pérdida es ya un arte milenario y a veces cuesta acertar tanto en la pregunta como en la respuesta. Quien te da un consejo lo hace desde su perspectiva, generalmente con el ánimo de ayudar y si te quieren, con la voluntad de protegerte. Escucha a quien te quiere en el fondo de sus palabras y busca a quien “te quiera menos” para la forma de ellas. Fusiona lo objetivo con lo subjetivo para poder tener una visión más holística de la respuesta que buscas a nivel social.
Pero sobre todo, si tuviera que decir dos cosas sobre la pérdida: respétala y no te exijas y, no dejes tu sanación en manos de una persona que no sepa de tu tema. Intenta que sea más un acto social lo demás, pero procura dar también con alguien que te acompañe y ayude en tu camino desde la sabiduría de quien ha pasado por lo mismo y ha sabido salir de allí. A veces una conversación trascendente puede salvar vidas.
Lo dicho, vive tu pérdida como si fuera el último día pero como no lo va a ser, no te quedes instalado allí.
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